LA ELECCIÓN A LA ALCALDÍA DE MARACAIBO:
UN DEBATE IMPOSTERGABLE
Texto: Francisco Delgado
La discusión
acerca del destino político de Maracaibo es de imperiosa necesidad. La ciudad
está a la deriva sin que parezca importarle a nadie. Maracaibo, la muy noble y
leal ciudad que soportó el marasmo de más de un siglo de abandono, desde que
Cipriano Castro nos dejó por más de cuatro décadas sin Universidad; se empinó a
duras penas sobre la secular desidia en las postrimerías del siglo XX; con la
elección de alcaldes y gobernadores. Entonces, la ciudad por fin recibía parte
de la riqueza que prodigó por años al resto del país. El progreso material, el
cemento, los brocales y el asfalto, contrastaron dramáticamente con la ciudad
marginada de otros tiempos. Pero, a la postre, la bonanza resultaría ilusoria;
pues, amén de obras de infraestructura de relativa importancia; los recursos se
dilapidaron en efectismo intrascendente y en grosero proselitismo político, en
detrimento de la procura de mejores condiciones de vida material y espiritual
para la gente.
Los proyectos
de ciudadanía que alguna vez se concibieron, fueron rápidamente abandonados en
favor de obras fútiles. Por el apremio electorero y el interés económico
individual, quedaron en el camino la atención de las necesidades fundamentales
de la gente; el rescate del casco histórico, el saneamiento del Lago de
Maracaibo y su malecón; la atención del comercio informal, de los mercados; los
proyectos de ciudadanía plena, la policía, los bomberos, el transporte urbano,
y tantas otras iniciativas de profundo contenido humanista que despuntaban
vigorosas en el pasado reciente. Hoy, como nunca antes, la ciudad se debate en
la incertidumbre, entre el caos y la ruina (la frase es del desaparecido Cheo
Barrios en su gaita Miseria); sin idea de futuro, sobreviviendo casi por
inercia, en un limbo político insoportable.
Maracaibo,
primera ciudad de teatro, de cine, de energía eléctrica, de banca; con una
universidad centenaria, con su puerto; cuna de una pléyade de hombres y mujeres
ilustres que ayer como hoy, son imprescindibles a la hora de pensar lo que
somos y queremos ser, no puede conformarse con este oscuro devenir.
Los que hemos
nacido en esta ciudad y los hijos adoptivos de esta tierra que la aman tanto
como nosotros; los que creemos en la dignidad de nuestro gentilicio, de
nuestras costumbres, de nuestro acervo histórico y cultural; no podemos
conformarnos con este destino y nos pronunciamos por un giro en la política
local, a propósito de la cercanía de las elecciones municipales. Así como se
discutirán las candidaturas a la Asamblea Nacional, debe abrirse el debate
sobre la Alcaldía de Maracaibo; sin ambages, con los proyectos en la mano, sin
el ventajismo de quienes, valiéndose de sus posiciones, son sempiternos
candidatos y se mantienen en los medios alimentando sus proyectos individuales.
Los marabinos no podemos aceptar impasiblemente que, mientras tanto, la ciudad
se caiga a pedazos.
No podemos
aceptar que se nos condene al caos que representa el grave clima de inseguridad
que vive la ciudad. Mientras que el gobierno nacional, el regional y el local
se endilgan recíprocamente la responsabilidad acerca de la creciente violencia
criminal; los marabinos viven la tragedia cotidiana de los muertos, heridos,
secuestrados, de los robos, los hurtos; en fin, de la cultura de muerte que se
enseñorea en barrios y urbanizaciones ante la mirada indolente o la torpeza
supina de las autoridades. El Estado, es decir, el gobierno nacional, regional
y local; es responsable por acción u omisión de esta desgracia que padecemos.
Creemos firmemente en la necesidad de un gobierno local legítimo, con
participación popular, plural y eficiente, que se ocupe con decisión del
problema de la inseguridad y articule políticas con el gobierno nacional.
No podemos
aceptar que se siga invirtiendo recursos en obras efectistas que sólo favorecen
a unos pocos, mientras se condenan nuestros barrios a las migajas de un populismo
anacrónico e inmoral. No queremos más asistencialismo, no más dádivas, no más
postergamiento de obras fundamentales; no más latrocinio en detrimento de la
gente que sufre penurias de todo tipo. Lamentable resulta el caso de Ciudad
Lossada, de Ciudad Marite, las carencias de barrio adentro, de los mercales, de
los mercalitos, de los pdvales, de los pdvalitos y de sus clones regionales y
locales. Mucha precariedad, mucha burocracia ineficiente y corrupta, demasiada
lenidad, demasiada alcahuetería e ineptitud. Necesitamos que la gestión
gubernamental de carácter local asuma el reto de materializar estos derechos,
largamente preteridos, por intermedio del poder popular y del liderazgo
legítimo de tanta gente decente, que sólo se toma en cuenta en época de elecciones.
No podemos
aceptar un transporte urbano tan vergonzoso. Consideración aparte de la
dignidad de los trabajadores del transporte, se impone poner orden en este caos
infernal. Unidades formales, financiadas por cuanto organismo pueda imaginarse,
distribuidas con criterio clientelar; son aventadas a la ciudad sin ton, ni
son, por encima de toda normativa. En ausencia de un plan maestro, las unidades
van por las calles a la velocidad que les parece, parando donde les place;
rotulados de manera proselitista y circulando a la hora que les de la gana. Los
carritos por puesto, en las mismas condiciones y una flota no determinada de
piratas que hacen de las suyas en contra del trabajador formal y lo que es
peor, son oportunidad para el abuso y la comisión de innumerables delitos. Ni
se diga de los taxistas que atraviesan la ciudad sin Dios, sin ley y sin Santa
María. La ciudad requiere de un gobierno local idóneo, que con el concurso de
la gente y del personal calificado, ponga orden en el caos para beneficio de
usuarios y transportistas.
No podemos
aceptar el caos urbano. Aquí se construye lo que sea, sin que autoridad alguna
proteja a los ciudadanos de desmanes y tropelías. La violación de las
ordenanzas es la norma, sumiendo la ciudad en la anarquía: se construye muchas
veces sin permiso, en las aceras, sin retiros; afectando la convivencia y la
calidad de vida de la gente. Se requiere un gobierno local que asuma sus
potestades con firmeza, para garantizar una ciudad armoniosa para las futuras
generaciones.
No podemos
aceptar el infame servicio de aseo urbano de Maracaibo. En tiempos de
preocupación medioambiental y cambio climático; la ciudad dispone sus desechos
en un basurero contaminante y humanamente denigrante. Urgen acciones para
colocar nuestra ciudad a tono con las exigencias actuales en materia de
conservación y preservación del ecosistema.
No podemos
aceptar que se destruya nuestra identidad, somos puerto, somos pueblo de agua,
somos gaita y Chinita; hablamos de vos y amamos los colores bajo este sol
inclemente que tanto determina nuestra manera de ser y de vivir. Nuestro
patrimonio está en ruinas: la Basílica, los Atlantes, la Calle Comercio, la
Iglesia de Cristo de Aranza, el Paseo Ciencias, lo que queda de la plaza
Urdaneta, lo que queda del monumento a Udón, lo que queda de la Plaza Baralt,
la ausencia imperdonable de Lossada, el Retén de Bella Vista, lo que queda del
Hotel Granada, lo que queda de la casa de Pérez Soto; lo que queda de nuestra
antigua grandeza material y espiritual. Queremos preservar nuestra memoria y
nuestra idiosincrasia, lo trascendente del legado de nuestros héroes,
intelectuales, cultores y cultoras: Urdaneta, Baralt, María Calcaño, Udón,
Idelfonso, Jesús Enrique, Eduardo Matthias y tantos otros. Más
contemporáneamente, Armando, Ricardo Aguirre, El Indio Miguel, Chevoche, Lía,
Inés Laredo, Imelda Rincón, Haydée Viloria, Ana María Rodríguez; que son
ejemplo paradigmático de marabinas y marabinos por nacimiento o porque se
sembraron en este terruño para enaltecer nuestro gentilicio. Queremos beber de
esas fuentes para proyectar nuestro devenir. Maracaibo tiene personalidad
propia, nadie debe ofenderse por ello, no tenemos vocación de republiqueta;
pero, como diría Alí Primera, tenemos una historia bonita que queremos preservar
para nuestros hijos y nietos. A pesar que por siglos vivimos más conectados con
las Antillas y con la Nueva Granada que con el resto de Venezuela; después de
la Batalla Naval, que nadie tenga duda de nuestra venezolanidad, ni se sienta
tentado a las condenas históricas a priori. El comportamiento político del
Zulia y de Maracaibo no se debe a ninguna actitud retrógrada o conservadora, se
debe a la torpeza de quienes, llamándose progresistas, no han sabido
interpretar las legítimas aspiraciones de este pueblo bravo y fuerte. No
creemos en separatismos o regionalismos banales; sólo exigimos respeto por
nuestra ciudad y nuestro gentilicio. Se impone abandonar las posturas
burocráticas y bajar a discutir con la gente, cara a cara, acerca de su
destino.
En tiempos de
auto postulaciones, convencido de la crucial importancia de conquistar este
espacio político para estos propósitos, queda mi nombre a consideración de los
marabinos. Presto estoy a servir a mi terruño si la voluntad popular me
acompaña.
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