LIMBO POLÍTICO EN MARACAIBO
Texto: Francisco Delgado
La ciudad
cerró un capítulo ominoso con la huida del Alcalde electo en noviembre pasado.
El mito Rosales se hunde en el lodo de la corrupción, ojalá para dar paso a una
nueva historia para nuestra ciudad. Una historia que la gente decente puede
construir, si se superan los esquemas políticos que han sumido a los sectores
progresistas en la crisis que hoy padecen. Rosales desde su primer gobierno,
producto de un escandaloso fraude electoral; se granjeó su popularidad con
obras de infraestructura: ornato, vialidad, plazas, brocales, pintura amarilla,
ojos de gato y horrendos pórticos fluorescentes donde se rindió culto a él y a
la espuria bandera de su partido. El despilfarro en obras efectistas que
enriquecieron a funcionarios, testaferros y contratistas, privaron a la postre
a la ciudad (y luego al Estado Zulia) de ejecutorias que la gente pobre ha
venido esperando por mucho tiempo, a pesar de que al principio fueran bien
recibidas, en contraste con la inacción de gobiernos anteriores aun peores.
Este nefando gobernante supo valerse de la vieja estratagema populista del pan
y del circo. Pan que repartió en denigrantes mercados a pleno sol y circo,
mucho circo; farras, fuegos artificiales y luces que, como en Bella Vista,
podían mezclar a Mickey, con muñecos de nieve, la torre Eiffel y parapéticos
símiles del puente sobre el Lago. Rosales no es autor de ninguna obra
trascendente, no cultivo los valores de nuestro pueblo más allá de la
demagogia, no enalteció nuestra historia, no cultivo el arte, ni construyó
ciudadanía; hizo de la ciudad y luego de la región el escenario del populismo
más vulgar, comprando consciencias y voluntades con la astucia del pillo. No
solo repartió miseria material: bolsas de comida, dinero a manos llena; sino
también miseria espiritual y la vieja cultura de la comisión y de la coima.
Mediante un inmenso gasto publicitario construyó además una idea de la
zulianidad a su medida, Chinita incluida; que caló en la gente, a pesar de la
ramplonería de su discurso y su escandalosa ignorancia.
Y todo ello
por nuestra torpeza, por nuestra ausencia inexcusable, por el individualismo
cuarto republicano de nuestra dirigencia, por nuestra anemia argumentativa y/o
la falta de trabajo ideológico, por nuestra burocratización y porque, en
definitiva, terminamos imitando al hoy prófugo, ansiosos de obtener, a su modo,
el favor popular, aun traicionando los principios socialistas y denigrando
tácitamente del espíritu intrínsecamente revolucionario y transformador del
pueblo.
Nuestro
liderazgo abandonó la calle, no trabajó más con la gente; al contrario, le negó
los recursos para sus obras, abandonó la política de seguridad, abandonó la policía
y defraudó las esperanzas en esa nueva sociedad que se ofrecía y que en algún
momento despuntaba vigorosa. Mientras la farsa adeca se desarrolla sin pausa,
la agenda del sector progresista, hoy más que nunca, sigue en suspenso. En lo
local no se discute acerca de los problemas más acuciantes de la ciudad: el
ordenamiento urbano, el rescate del casco central, el transporte, el
saneamiento ambiental, las cañadas, los servicios: aseo urbano, gas, aguas
negras, alumbrado; pero sobre todo sobre la creación de los espacios de
participación y de protagonismo de nuestra gente en la gestión revolucionaria
del proceso. Ni siquiera se hace hoy oposición a la deficientísima gestión de
un alcalde provisorio que ha sumido a nuestra ciudad en un limbo político. En lo
nacional: la perpetua e inexcusable penuria del agua; el desinterés por el
rescate del lago, las carencias en programas tan nobles y encomiables como son
las misiones sociales; las grandes obras paralizadas y, otra vez, la precaria
gestión en materia de seguridad personal; sumen a la gente en la desesperación,
el pánico moral y el escepticismo.
Algunos de
nuestros líderes se entronizaron y se aferraron al paradigma de la
representación, sofocando el poder popular y los principios constitucionales de
1999. Los viejos esquemas del Estado burgués, el terror burocrático y la
ineficacia de las instituciones locales y nacionales han desalentado a un
pueblo que no ha tenido otra salida que el pragmatismo, el voto castigo y la
desmovilización. Hay que combatir la corrupción y perseguir a cuanto corrupto
ande suelto, pero al mismo tiempo revisar, rectificar y reimpulsar nuestro
proyecto revolucionario en Maracaibo. Así como la decencia es consustancial al
espíritu revolucionario, la mera vocación de denuncia resulta vana sino se
acompaña de praxis transformadora. Entonces, que los viejos liderazgos abran
paso a liderazgos legítimos y a la participación auténtica de quienes queremos
recuperar la ciudad para la revolución.
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