miércoles, 9 de noviembre de 2011

Carta Abierta


CARTA ABIERTA

Maracaibo, 03 de Noviembre  de 2011
Ciudadano
Tarek El Aissami
Ministro del Poder Popular para las
Relaciones Interiores y de Justicia
Su Despacho

Estimado Ministro
Como es de su conocimiento, el 28 de septiembre de los corrientes se publicó en la Gaceta Oficial Nº 39.767 mi nombramiento como Director de la Oficina para la Supervisión y la Fiscalización de los servicios de policía en el Zulia; sin que, hasta la fecha, tal designación se haya hecho efectiva. Esta situación se ha tornado insostenible; porque dicha publicación ha generado expectativas y requerimientos, tanto de la gente como de las instituciones, que no estoy facultado para atender. Por tal motivo, y en virtud de que tan enojosa situación compromete además mi credibilidad, mi dignidad y mi integridad personal; le comunico mediante la presente mi decisión de declinar esa designación.

Creo, sin embargo,  que es mi obligación hacer los planteamientos que siguen:
La tarea que se me había ofrecido es de inaplazable cumplimiento en nuestra región y quien la asuma  no podrá limitarse, como hasta ahora se ha hecho,  con la retórica voluntarista y  demagógica de  los burócratas.  La revolución es transformación  radical y no un estéril ejercicio que se conforma con  cambiar nombres, formas y colores. Uno de los  dilemas más complejos del proceso bolivariano es la renuncia al uso de la fuerza legítima. Evidentemente la hegemonía global del pensamiento único no dejaba otro camino que atenerse a las reglas del juego de la paz burguesa. No se si con  tino  o con ingenuidad, nos hemos propuesto construir pacíficamente nuestra utopía: una  nueva hegemonía política de corte socialista; tomando el riesgo, inclusive, de dejar  incólume la vieja burocracia  civil y militar. Paradójicamente, gracias al intento de golpe del 2002 y al paro petrolero del mismo año, la sedición mostró algunos de sus  rostros. A partir de entonces, una vez fuera del camino los sectores más reaccionarios, las instituciones armadas han hecho cumplir el mandato revolucionario. Seguir jugando este  albur  resultaría, sin embargo, un error craso. Los izquierdistas de vieja escuela sabemos que es necesario transformar el aparato represivo y demoler los órganos de seguridad comprometidos con el viejo régimen de terror, si queremos  instaurar la nueva racionalidad antihegemónica. Ocurrió así en Cuba y en Nicaragua; los ejércitos populares triunfantes arrasaron la institucionalidad corrupta y con ella la doctrina de la seguridad nacional larvada en cuarteles  y en gendarmerías. No por casualidad, estos países hermanos, ostentan servicios de policía eficientes y confiables.  Discutir el tema de la policía y de la inseguridad resulta torpe, incluso  deshonesto,  si no asumimos con amor fati esta realidad. De no ser así, en Venezuela se corre el grave peligro de fracasar en el intento de construir el nuevo modelo policial que se ofrece. Lo que hemos visto hasta ahora, a partir de la aprobación de la Ley Orgánica del Servicio de Policía y del Cuerpo de Policía Nacional Bolivariana, es un juego de simulaciones, en el cual los viejos operadores del sistema se vienen insertando subrepticiamente  en el nuevo. Tráfico de influencias, forjamiento de credenciales, inserción artesanal en el sistema por medio del clientelismo y la adulación; han permitido que gente de cualquier ralea, policías corruptos y reaccionarios, se mezclen, eso sí, impecablemente uniformados y homologados; con funcionarios honestos que asisten indignados a la puesta en escena. En verdad, no hubiera sido nunca actor en esta dramaturgia; si la tarea que me habían asignado tenía algún sentido, debía  consistir en enfrentar esa  realidad sin dobleces, sin medias tintas, sin la más mínima tolerancia. La hegemonía de sectores burocráticos  de la  reacción y de los pillos, impide que las instituciones de seguridad se transformen. Los  tecnócratas  hacen alianzas con la derecha con el mayor desparpajo; dejando intactos los antiguos liderazgos. Reciente todavía la conspiración contra Correa que encabezó la  policía nacional del Ecuador; no es poca cosa tener 11.000 hombres en las aulas de la UNES, bajo el mando sospechoso de funcionarios que  recién llegados de la derecha, han devenido,  por obra y gracia del espíritu santo, adalides del socialismo. Pero eso no es todo, en el Zulia funcionarios de los servicios de policías homologados por el órgano rector y miembros de otros cuerpos de seguridad, se codean con la delincuencia organizada, aplican la pena de muerte subterránea, extorsionan y torturan como siempre lo hicieron; al tiempo que son cómplices en el contrabando de combustible, de alimentos subsidiados, de los robos a la industria petrolera y se  enriquecen groseramente  minando la legitimidad del socialismo que propugnamos.

Lo que vivimos en el Zulia no es pues producto de la casualidad, tampoco es mera percepción; este  drama cotidiano de ciudadanos sitiados por la inseguridad, tiene que ver con el desgobierno, la connivencia cómplice de los funcionarios y la mala consciencia de quienes apuestan al caos en su afán desestabilizador, dentro y fuera de las instituciones. Lo peor  de todo es que el fracaso de los cuerpos de seguridad y de la policía en particular, hace mella en la fe  de la gente, dejando espacio a una peligrosa actitud de anomia y  resignación frente a grados cada vez mayores de violencia criminal e institucional. En lugar de la policía de proximidad que quiere la nueva ley, la población se  distancia de los cuerpos de seguridad para defenderse privadamente  de las amenazas: cerrando las vías públicas, pagando vacunas, entre rejas y cerraduras, cámaras y cercos eléctricos, viviendo en villas cerradas, contratando guachimanes, o construyendo anárquicamente reductores de velocidad. Vale decir, enfrentando la inseguridad con niveles cada vez mayores de violencia y arbitrariedad; fragmentando los espacios de convivencia y destruyendo el tejido comunitario que define el modelo socialista; la gente se las arregla para seguir su vida con prescindencia de autoridades e instituciones que no le merecen confianza. En medio del desorden y la anomia, el Estado pierde de manera progresiva el control de los espacios públicos y  el monopolio en el uso de la fuerza; que no sólo son sus características inmanentes, sino también  garantías de la  paz y  la seguridad ciudadana.

Esta ha sido mi denuncia permanente, en las aulas, como hombre público y como militante del PSUV; por tanto, no era dable  esperar de mí  justificación alguna frente a  la calamitosa situación que vive nuestro pueblo, producto de tales aberraciones. Tampoco que avalara estrategias antidelictivas que giren alrededor de los viejos paradigmas de la represión y del Estado autoritario. Mucho menos que estuviera dispuesto  a predicar con los tecnócratas, el catecismo de las buenas prácticas policiales y el arte de convertir policías malos en policías buenos; mientras en nuestras calles la gente  clama desesperadamente por el auxilio del gobierno.

Como en el pasado,  estoy dispuesto a los mayores sacrificios para contribuir a develar y combatir la corrupción de los que, ayer y hoy, han ejercido altas responsabilidades en materia de seguridad. Estoy convencido de que no sirven de nada los discursos grandilocuentes de intelectuales iluminados, si prevalecen silencios cómplices  y no se cree en los valores socialistas. Continuaré esta lucha mientras tenga fuerzas, colectivamente o en solitario; desde donde me encuentre yo seré coherente con estos principios; si mi destino es volver a servir a la gente, encontrarán en mi un revolucionario que preferirá  correr riesgos antes que hacer concesiones indecorosas. Si se me excluye por tales razones, yo seguiré cultivando la   honestidad objetiva, esa que no se puede realizar individualmente como burócrata, sino de forma solidaria, al lado de la mayoría que sufre en nuestros barrios.

Francisco Javier Delgado Rosales
PSUV-Zulia. Comisión de Seguridad Ciudadana

A dos años de la muerte de Jomar, por el derecho a la vida

viernes, 29 de abril de 2011

Inseguridad y Estado Fallido


Diario PANORAMA

29 de Abril de 2011

INSEGURIDAD Y ESTADO FALLIDO

Texto: Francisco Delgado


En Maracaibo, en materia de seguridad, una cosa es el discurso y otra bien distinta la realidad. Hace poco el Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y Justicia daba cuenta de lo bien que se porta la Gobernación del Estado Zulia en  materia de seguridad. El Consejo General de Policía, por su parte, no escatima calificativos para referirse a la Policía Regional, ahora Cuerpo de Policía del Estado Zulia (CPEZ), por su exitosa adecuación al modelo policial que contempla la nueva de Ley Orgánica de los Servicios de Policía y del Cuerpo de Policía Nacional; en contraste con  los servicios de  policía local, públicamente reprobados por el mismo ente. 

Tal circunstancia resulta desconcertante para los marabinos, que vivimos y padecemos diariamente la escalada criminal. ¿En qué consiste entonces la seguridad; el asunto es de forma o se trata más bien de una cuestión de fondo? Lo que vemos en la práctica es el deterioro progresivo de las instituciones del control formal; a pesar del cambio de uniformes o del color de las patrullas o de  la homologación de la estructura interna de las instituciones policiales, el desempeño sigue siendo muy cuestionable. En esta materia, a pesar de la posición oficial, el fracaso es estruendoso: ¿Dónde está la vocación comunal de lo servicios policiales?; ¿dónde esta la policía decente que se nos había prometido?; ¿donde están los funcionarios que salen a servir de manera próxima al pueblo, los que no matraquean, los que no cobran recompensa por recuperar vehículos, los que no participan en el microtráfico y en los secuestros? ¿De que va toda esta retórica si la gente debe protegerse privadamente de los criminales renunciando a vivir viviendo, es decir,  a los espacios públicos, pagando vacuna, cerrando las calles, poniendo cámaras y cercos eléctricos? Aquí lo único ostensible es la erosión de la autoridad legítima y el desprestigio creciente de las instituciones formales del control social; igualmente la pérdida del control físico de los espacios públicos y del monopolio en el uso legítimo de la fuerza. En Maracaibo sufrimos de manera cotidiana la violación de nuestros derechos constitucionales cuando ciudadanos atemorizados por la inseguridad restringen el libre tránsito, cercan las vías públicas, colocan reductores de velocidad, y contratan guachimanes ante la imperturbable  mirada de una burocracia inepta. También cuando se delinque impunemente desde la cárcel y a los policías hay que pagarle gratificaciones para que cumplan con sus obligaciones legales. Sin detenernos en   la precaria garantía de otros derechos básicos que el Estado, en sus distintos niveles, debe proteger: transporte público, aseo urbano y domiciliario, espacios para la convivencia, la cultura y el  deporte, para la salud y la educación, vialidad, etc.; la verdad verdadera es que más allá del discurso, la crisis institucional y la ineficacia del Estado para garantizar mínimamente los derechos fundamentales del ciudadano, en particular el de la vida y la seguridad, nos acercan peligrosamente a los supuestos de un Estado Fallido