jueves, 24 de junio de 2010

Inseguridad y Corrupción Policial en el Estado Zulia...


28 de Octubre de 2009
INSEGURIDAD Y CORRUPCIÓN POLICIAL
EN EL ESTADO ZULIA
 Texto: Francisco Delgado
El problema de la inseguridad es la preocupación fundamental de los zulianos. El secuestro se ha convertido en pan nuestro de cada día, así como los homicidios, el paramilitarismo, el robo y el hurto de vehículos. Una simple ojeada a la prensa da cuenta de hechos de sangre que se cometen a diario con espeluznante violencia, dejando al descubierto la degradación de las instituciones de seguridad y su ineficacia, tanto como la creciente destrucción de la convivencia social. A pesar de que la violencia delictiva alcanza ribetes bélicos, se viene integrando con indiferencia al paisaje cotidiano, por el fatalismo de la gente y el desenfado indolente de las autoridades locales y regionales. La página roja de la prensa local es el parte de guerra, en donde se leen las bajas diarias de gente trabajadora y honesta en el campo de batalla en que se ha convertido Maracaibo y el resto de las poblaciones del Estado Zulia.
Podría argumentarse que el amarillismo y la construcción subjetiva de la realidad por medio de la noticia ha sido política de mercadeo de los diarios, también que ha sido un pretexto para el uso de la fuerza como forma de mitigar el sentimiento de inseguridad, cuando se ha querido dejar incólumes las causas estructurales de la violencia criminal. Por tanto, no será nuestro propósito pegar el grito para que se imponga el orden a troche y moche. Las cruzadas morales de ley y orden han sido pretexto en el pasado para razzias fascistas, que persiguen en el fondo la pervivencia del Estado capitalista y, por ende, de su racionalidad intrínsecamente criminógena. Hoy, sin embargo, la escalada de la criminalidad es un hecho incontrovertible que obliga al Estado a dar respuestas represivas, aunque ello implique resolver la paradoja entre el uso legítimo de la fuerza y el carácter humanista de la política criminal socialista.
Y es que, aun cuando las campañas de los medios persigan objetivos políticos, no se puede negar la grave situación de inseguridad que padecemos. Lo que vivimos en el Zulia no es producto de la imaginación, es el drama cotidiano de ciudadanos sitiados por la delincuencia, el desgobierno y la corrupción policial. Por encima de todo, el fracaso de los cuerpos de seguridad, hace mella en la fe de la gente, dejando espacio a una peligrosa actitud de anomia y resignación frente a la creciente violencia criminal e institucional. La población se distancia de los cuerpos de seguridad para defenderse privadamente de las amenazas: entre rejas, cerraduras, cámaras y cercos eléctricos, viviendo en villas cerradas o pagando por protección. Vale decir, enfrentando la inseguridad con más inseguridad, fragmentando los espacios de convivencia, destruyendo el tejido comunitario; la gente se apaña para seguir su vida con prescindencia de autoridades que no le merecen confianza. Cualquier cosa, antes que confiar en la policía o enfrentarse al terror de la burocracia penal, plagada de trámites y engorrosos procedimientos, que convierten la denuncia en un via crucis tan hiriente y humillante que se asimila al proceso mismo de victimización.
Se impone en primer lugar la transformación de los servicios de policía. Mientras se lucha contra las causas estructurales de la delincuencia, insistimos, hay que reprimir en el corto plazo la creciente inseguridad. Reprimir implica necesariamente idoneidad y decencia en el desempeño policial, vale decir, superioridad moral de las instituciones llamadas a ejercer la fuerza legal. Se sabe a ciencia cierta, sin embargo, que demasiados funcionarios policiales en el Zulia son criminales; ellos mismos autores del 20% de los delitos que se cometen en la región, según cálculos oficiales conservadores. Aunque la sociedad socialista deba plantearse la transformación ética e institucional del control formal en el mediano plazo (tribunales, ministerio público, cárceles y demás instancias de socialización), abordar la cuestión policial no admite más demora. No es posible seguir tolerando el actual clima de inseguridad, mientras se espera por la definición, necesaria por demás, de una política criminal todavía incipiente.
Debemos apresurar el paso, trabajar sobre la marcha, con denuedo y coraje; porque de ello depende la vida y la dignidad de mucha gente decente que no sobreviviría a las estrategias de mediano y largo plazo que se discuten. Entonces, que el Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores y de Justicia asuma su facultad legal como órgano rector de los servicios de policía, en ausencia de políticas locales y regionales en la materia. Así no sólo se daría cumplimiento a un mandato constitucional y legal que involucra derechos y garantías fundamentales, también se abonaría el terreno para la transformación ético-política de nuestra región.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario